
A diferencia de otros pueblos que hemos visitado, Carlos Keen no tiene una plaza principal, alrededor de la cual están la iglesia, la escuela, los comercios y las viviendas fundacionales, sino que el eje en torno del que se formó el pueblo fue la estación del ferrocarril, que se llama Carlos Keen.
Estación Carlos Keen del ramal ferroviario, hoy inexistente, que unía Luján con Pergamino.
Esta es la imagen actual de las vías férreas del antiguo ramal.
En este plano del pueblo se puede observar la importancia que siempre tuvo, para él, la estación del ferrocarril.
Justamente, Carlos Keen surgió como consecuencia de que por esos campos pasaba el ferrocarril que unía las ciudades de Luján y Pergamino. Las obras del ramal ferroviario Luján-Pergamino comenzaron en 1875.
Fue un pueblo cuyo número de habitantes llegó a los 4.000 y que, luego, como tantos otros pueblos argentinos, sufrió la diáspora de la mayoría de los habitantes. Por eso, quedan sólo unos 400, que luchan con todas sus fuerzas y su ingenio para reactivar su querida comarca. Decía de los alumnos, Don Ezequiel Martínez Estrada, que los buenos alumnos son buenos alumnos a pesar de tener malas universidades, malos profesores y malos textos. Se puede aplicar el dicho a quienes aún viven en Carlos Keen porque esos habitantes, lo siguen siendo a pesar de haber tenido malos gobernantes, que tomaron malas decisiones y que destruyeron las vías de comunicación ferroviarias y, consecuentemente, las vidas de muchos pueblos.
Antigua casa, en Carlos Keen, probablemente habitada en la actualidad.
Detrás de las vías, otra casa habitada de Carlos Keen.
Una de las tantas casas abandonadas que quedaron en el pueblo como testimonio de que hubo habitantes que se tuvieron que ir, muy a pesar de ellos mismos.
Otra casa abandonada, creo que reciclable.
Precario puente entre la calle asfaltada y la casi inexistente vereda, destinado a sortear la profunda zanja que corre transversalmente.
Interior de una casa que tuvo que ser dejada tal como estaba, en la que se puede ver que aún queda el empapelado de la pared.
A través de la puerta, se ve lo que alguna vez fue la galería de la casa.
Los habitantes de Carlos Keen persisten en su deseo de no ser desalojados. Otros, tuvieron que marcharse, a pesar de dejar con ello toda su historia y llevarse consigo toda la nostalgia, la decepción, la tristeza y la desilusión, que contiene la mochila de todo el que emigra, aunque sea al pueblo vecino. Al privarlos de un medio de comunicación económico, ecológico, seguro y rápido, como el tren, a los habitantes de Carlos Keen les dejaron pocas opciones para reactivar la economía del lugar. Pero el ingenio de quienes desean permanecer en sus tierras a pesar de todo, los llevó a ofrecer un excelente servicio gastronómico que, a precios sumamente razonables, le permite a cualquiera que vaya, comer y beber gastando muy poco dinero, mucho menos de lo que gastaría en su propia casa, si quisiera comer lo mismo.
La Casona de Carlos Keen, restaurante que utiliza las instalaciones de una casa de 1881.
Otra perspectiva de La Casona de Carlos Keen.
En Carlos Keen se ofrecen paseos en sulky, como el que se ve en la fotografía. Detrás del carruaje liviano, para un sólo caballo, hay uno de los tantos restaurantes del lugar.
Carlos Keen, Sociedad de Fomento.
Hay muchos restaurantes y todos son buenos o muy buenos. Nostros fuimos a Lo de Tito, que está un poco más lejos de la estación, pero donde nos atendieron con la usual cortesía de nuestros habitantes del interior.
Mientras almorzábamos veíamos afuera del restaurante y a pocos metros de donde estábamos: hermosos ejemplares de aves, de ovinos y caballares. Hacía muchos años que no veía gallinas tan grandes y sanas, ovejas y corderos tan bien cuidados, caballos criollos de tan buen porte y elegancia. Era un gusto ver tantos animales tan bien cuidados.
Don Tito, un hombre atento y comprensivo, enseguida nos consiguió una mesa pese a que el restaurante estaba lleno de comensales. Y no es un lugar pequeño, es grande, tiene muchas mesas, para muchos cubiertos. El menú consistía en una entrada que incluía queso, fiambres y empanadas, un segundo plato, del que se podía pedir libremente repetición de todos o de algunos cortes, basado en carnes vacunas y de cerdo a la parrilla, que se podían acompañar con ensalada y papas fritas, y por último, el postre. Postres caseros, variados y sabrosos, en los que no faltaba la crema de leche fresca.
La generosa oferta gastronómica es sólo una parte de lo que nos ofrece el heroico pueblo de Carlos Keen. Hay un museo, al aire libre, de herramientas de labranza. Es magnífico visitarlo porque más que ir a verlo, uno lo descubre y comienza a visitarlo, sin darse cuenta. Uno de nosotros, vio una herramienta inmensa, que parecía una grúa y dio el alerta. Nos acercamos y vimos otra y otra y otra herramienta, fue entonces cuando alguien dijo: "Che, ¿no será un museo esto?" Y sí, lo era. Estábamos en un museo, sin habernos percatado de ello. Libremente dimos con él y disfrutamos enormemente visitándolo. No había gente amontonada, no había apretujones. Había silencio, pero el silencio propio del campo, no el silencio impuesto por un guardián que hace que la gente cuchichee. No estoy en contra de los guardianes ni del cuchicheo, pero me gusta más la libertad. Éramos libres hasta para pensar qué era cada cosa y decir lo que a cada uno le sugería la forma. Parecía un test de Rorschach. Sí, el test de las manchas, en las que cada uno ve lo que le sugiere la misma. En vez de ser de dos dimensiones, era un Rorschach tridimensional, al aire libre y sin evaluación. Me pareció magnífico. Igualmente, siempre hay alguno que sabe más sobre herramientas de labranza y marca con más precisión qué es lo que se está viendo, pero lo hacía después de que todos habían proyectado lo que se les antojaba, sobre el objeto en cuestión. ¡Linda experiencia! Inolvidable.
Cartel que anuncia el museo de herramientas agrícolas.
Las anteriores son fotografías de las viejas herramientas de labranza que están en el museo.
El antiguo galpón de la estación de trenes es ahora un cine, teatro, galería de exposición de artes plásticas, específicamente pinturas y, cuando lo desean, sacan las sillas y el cine se convierte casi mágicamente en un gran salón de baile. Son dos plantas, cuidadas y limpias, en las que el cine y teatro están en la planta baja y el salón de exposiciónes pictóricas, está en el primer piso.
Detrás de mí, está el telón del cine y el escenario de lo que se transforma en teatro o en sostenimiento de un grupo musical para un baile. Enfrente, se ve parte de la planta baja, donde también hay cuadros en exposición. En la planta superior, versátil, porque se puede transformar en el pull-man del cine-teatro, actualmente hay una exposición de cuadros.
Telón del cine y escenario del teatro. Sin las sillas, es el lugar donde se baila.
En torno del edificio de la antigua y ya obsoleta estación de trenes, hay una importante feria de artesanías. Se los ve a algunos artesanos fabricando en el lugar lo que luego exponen para vender. Se encuentran cosas realmente interesantes y a precios muy accesibles. Un viejo carpintero, jubilado ya, dedica ahora su tiempo y sus maquinarias para fabricar utensilios de escritorio, de cocina, de uso doméstico en general. Me resultó grato adquirir un portalápices hecho con madera de lapacho, resto de un carro que tenía más de cien años. Lo tengo junto a mí, en el escritorio y no me canso de mirarlo y de pensar lo contento que estoy por haberlo adquirido. Me costó $15, unos 3 dólares estadounidenses. Su belleza y utilidad tienen un valor que supera ampliamente su precio. Otro del grupo, compró un hermoso perchero por una suma de dinero muy parecida. Son joyas que ofrece Carlos Keen. Hubo uno del grupo que se quedó con las ganas de comprarse un anillo de bronce, de buena factura y buen gusto, porque no encontró alguno que le quedara como "anillo al dedo".
El resto del pueblo que queda en Carlos Keen continúa resistiendo el desalojo, mediante la elaboración de dulces y embutidos. Dulce de leche y dulces de frutas, salames, salamines, que venden en tiendas destinadas exclusivamente para ello y que los días feriados se llenan de visitantes. Esos mismos productos también pueden adquirirse en la feria de artesanías que rodea a la estación.
Hay casas de fines del siglo XIX o de principios del siglo XX, hermosas, con ambientes grandes, hechas con ladrillos cocidos, lamentablemente abandonadas. Son casas que deben de haber sido muy lindas, cuyos habitantes no pudieron resistir las embestidas de decisiones políticas erradas, injustas y agresivas. Se tuvieron que ir, dejando su morada, que queda como testimonio de su presencia en el lugar y de lo que puede suceder cuando los que gobiernan lo hacen con insensibilidad social y desmedidos anhelos de enriquecimiento personal. Es necesario aclararar que ningún gobernante posterior al que decidió aniquilar la extensa red ferroviaria argentina, se dignó a repararla. Es más, a nadie parece interesarle repararlo en la actualidad, ni en el futuro. Las casas son generosas, amplias, fuertes, sólidas, capaces de resistir la falta de cuidado por ausencia definitiva y no deseada de sus propietarios. Hay fotos, en este blog, que ejemplifican lo que acabo de describir.
La iglesia de San Carlos Borromeo, la única que hay en el pueblo, está construida con los mismos elementos que usaron para edificar las casas que describí: ladrillos cocidos. Es muy pintoresca. Ayer, lunes, estaba cerrada. No sé si se debe a que sólo va el cura a dar misa los domingos o es porque los días de semana que son feriados permanece cerrada. Nos hubiese agradado conocerla por dentro. Fue hecha a principios del siglo XX.
El pueblo tiene luz eléctrica y asfalto, debido a los buenos oficios del panadero del pueblo, un español llamado Aniceto Gutiérrez. En su homenaje, la calle de acceso al pueblo lleva su nombre.
Hay una escuela de enseñanza secundaria, ubicada en un edificio que debe tener más de cien años. El estilo de la construcción es el mismo que se utilizó para las casas y la iglesia. La única diferencia es que está pintada de blanco, probablemente con cal y agua. Paredes descascaradas, enmohecidas las que miran al sur, dejan un interrogante en el que visita el pueblo: ¿Seguirá cumpliendo sus funciones educativas o será un testimonio más de la diáspora?
Fachada de la escuela.
La Biblioteca Popular "La Casa del Correo", se encuentra donde antes funcionaba la oficina de correos y cuenta con unos 8.000 libros.
Otra perspectiva de la Biblioteca Popular.
Un poco de historia La historia del pueblo Carlos Keen es rara, tan rara como la historia del Dr. Carlos Keen. Éste fue un señor que no hizo absolutamente nada por el pueblo que lleva su nombre. Es más, ni siquiera se enteró de que en nombre de él se había fundado un pueblo, porque ya estaba muerto cuando se fundó. La única razón por la que el pueblo lleva su nombre es porque la estación del ferrocarril está en los que fueron sus campos. Campos que ni siquiera supo que había heredado, pues ya había muerto. El lector se preguntará ¿cómo es esta historia, entonces? Carlos Keen era el hijo menor de un inmigrante inglés, Don George Keen, y de su esposa, Doña Eloísa Vargas de Keen. Tenía un hermano, llamado Jorge Eduardo. Nacido en Las Flores, en el año 1840, vivió sólo 34 años. Falleció en 1874, víctima de la fiebre amarilla. Bien, Las Flores queda muy lejos de Luján, de modo que es razonable que, habiendo vivido tan poco tiempo y habiendo participado en la gerra del Paraguay, lo que le quitó tiempo para sí, no conociera los campos que iba a heredar post-mortem, campos que su padre repartió entre sus descendientes, uno Jorge Eduardo, y el otro, Carlos, ya muerto. El único mérito que se le puede reconocer al Dr. Carlos Keen, abogado y periodista, es haber sido el afortunado heredero post-mortem de numerosos campos, uno de los cuales está ubicado en el trayecto del ferrocarril que iba desde Luján hasta Pergamino y sólo por ese motivo decidieron ponerle su nombre a la Estación, en torno de la cual se fue construyendo el pueblo.
Advertencias, que hacen los habitantes, para los desprevenidos que no ven que a unos cien metros hay un badén de más de un metro de profundidad.
En los pueblos que visitamos, nunca faltan hermosos gatitos como este.
Este amiguito, gordito, muy limpito y hermoso, no quería más que saber si se le ofrecía comida. Es un cachorrito de no más de dos meses y medio. Según una integrante del grupo, era un machito. Creo que Jorge Luis Borges escribió "Dios creó al gato, para que el hombre pueda acariciar al tigre"