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Imágenes, anécdotas y un poco de historia para elegir un pueblo donde ir

sábado, 10 de abril de 2010

De Buenos Aires, Capital Federal, a Entre Ríos.

Desde Buenos Aires, nuestra Capital Federal, hasta el pueblo de Ceibas, en la provincia de Entre Ríos, hay una distancia de aproximadamente 250 kilómetros.

La provincia de Entre Ríos pertenece, junto con las de Corrientes y Misiones, a nuestra mesopotamia. Las tres están rodeadas por ríos. A grandes rasgos, al este de ellas, está el río Uruguay, y al oeste el río Paraná, que nace en el Brasil. Ambos son de aguas que arrastran mucho limo pero que, cerca de su desembocadura, son mansas y navegables. Las desembocaduras de los ríos Paraná y Uruguay forman el Río de la Plata, que es el más ancho del mundo.

Entre Ríos está muy favorecida por la cantidad de agua que la rodea y por el clima que, hasta ahora, está teniendo, para que las explotaciones agrícolas, ganaderas y, poco menos, la industria pesquera, sean las principales fuentes de ingresos de la provincia, debido a las exportaciones y el consumo interno.

Por la ruta que transitamos para llegar hasta Ceibas, suelen pasar gran cantidad de camiones de carga, que llevan nuestros productos agrícolas a Brasil. Son principalmente frutas del valle del Río Negro.


Una historia de adolescentes

Hace cuarenta años, emprendimos una excursión de pesca con un amigo, al Brazo Largo del Río Paraná. Íbamos en un Renault Dauphine, como el que se ve en la foto que está abajo de este párrafo, que tenía unos cuantos años y estaba bastante necesitado de la ayuda de un mecánico. Era color crema, no rojo como el de la fotografía y, por supuesto, no estaba cuidado ni mantenido como el Dauphine que encontré, transitando por la calle, por casualidad, hoy cuando salía de mi departamento.




Era entrada la noche y estaba lloviendo torrencialmente, la visibilidad era escasa. Los limpiaparabrisas no eran nuevos y no cumplían su función adecuadamente. La luces del auto no eran halógenas, precisamente, y se veía muy poco. Mi amigo dice que el motivo que él tenía para hacer el viaje era ir. Yo quería ir a pescar para comer pescado fresquito, recién sacado del río.

El primer contratiempo lo tuvimos cuando, insesperadamente, encontramos que la ruta, o lo que pensábamos que era la ruta, se había iluminado a giorno. No era la ruta, era la acerera Dálmine-Siderca, una fábrica inmensa en la que los obreros que salían de ese turno, nos miraban como a bichos raros. Con gran amabilidad, uno de ellos, al preguntarles cómo llegar a Entre Ríos, nos sugirió que primero saliéramos de la fábrica y luego retomáramos la ruta 9. Fue un piccolo svaglio.

El segundo contratiempo, del que nadie aún sabe nada, lo tuvimos cuando, teniendo que sacar de la gaveta un mapa para saber por dónde andábamos, nos dimos cuenta de que teníamos sólo un juego de llaves y que, dado que llovía torrencialmente y transitábamos por camino de tierra, no nos convenía detener la marcha. A uno de los dos se nos ocurrió la brillante idea de sacar la llave de arranque del motor, estando el auto en marcha, abrir la gaveta, sacar el mapa, colocar la llave de nuevo y continuar. No contábamos con que el volante del auto, ante un giro lateral, quedaría indefectiblemente bloqueado y, si hubiésemos necesitado hacerlo, por una curva, un auto detenido o cualquier otro motivo, no estaría escribiendo esto ahora.

El tercer sustito lo tuvimos cuando, sabiendo que teníamos que embarcar en una balsa, porque en aquellos tiempos el río se sorteaba en balsa, arreciando la lluvia con más fuerza que nunca, vimos un charco delante de nosotros, que se iba profundizando. No era un charco. Era el Brazo Largo del Paraná, donde mansamente, nos estábamos metiendo, para no flotar, claro, porque el noble Renault no flotaba. Veíamos la balsa, pero no nos dimos cuenta de que estaba levantando la plancha, por fortuna, no tanto como para que no fuéramos el último vehículo en embarcar, después de un viejísimo colectivo.

Tuvimos algunos otros inconvenientes, claro.

Llevábamos una sartén de la época de la inundación, con unos cuantos agujeros en la base. Aún no me explico ¿para qué llevábamos aceite? Pero algo nos decía que debíamos ser previsores. No llevábamos fósforos, ni encendedor porque no fumábamos, había llovido, no teníamos carbón, la leña del lugar estaba empapada, así que si no iniciábamos la moda de comer sushi... Tampoco llevábamos carnada para pescar. Cañas y líneas sí, por supuesto.

Nos sentimos salvados, cuando al llegar al Brazo Largo a la madrugada, vimos un almacén de ramos generales. Son depósitos de mercaderías diversas que le pueden vender a uno desde un repuesto para el auto hasta una latita de azafrán español. Pero el que nosotros encontramos no era tan completo. Había algunos parroquianos que estaban apurando los últimos tragos de ginebra que, cuando preguntamos si vendían carnada, no sabían si los borrachos eran ellos o nosotros. El dueño nos dijo que lo único que nos podía ofrecer eran dos sandwiches de jamón y queso. Nos parecía que esa carnada no nos iba a servir, pero al menos iba a morigerar el hambre que ya a esas horas sentíamos nosotros. Algo le íbamos a dejar a los peces...

Suponiendo que, en Brazo Largo, íbamos a poder comprar agua mineral, o soda al menos, nos topamos con que, en el almacén de ramos generales, no había ni gaseosas para vender.

Estos recuerdos que transmito encontrarán eco en algunos y en otros producirán repulsión, pero yo les puedo asegurar que escribirlos me hace muy bien. Me recuerda esa época de la vida en que uno se siente omnipotente, omnisciente y omnipresente, y no es nada de todo eso, sin embargo no se da cuenta y la vida continúa sin que sepamos muy bien por qué. En realidad, mucho no ayudamos a la Divinidad o a la naturaleza, para salir sanos de esas situaciones, pero las sorteamos. Será verdad lo del Ángel de la Guarda, como decía mi hijo cuando era muy pequeño...

Después de la lluvia, la calma chicha. Había mosquitos como para dejar anémicos a dos o tres millones de personas, pero éramos dos nomás. Salió el sol y no había nube alguna a la vista, comenzó a hacer calor, se acercaba el mediodía y los sándwiches no nos habían servido como carnada, de modo que no contábamos ni con una triste mojarrita medio trasnochada para poner en los anzuelos. La sed iba en aumento, no había nada para tomar. En el baúl del Renault encontramos, entre el crique y la goma de auxilio, una salvadora cajita de vino de la que no recuerdo ni siquiera la marca. Hambre, más sed por la deshidratación, provocada por el alcohol, sueño, cansancio y desaliento. Igual, nada podía contra nuestro optimismo.

Alrededor de las 12:30 del mediodía, vino un baquiano, conocedor del arte de la pesca en el lugar. Traía una cañita, una red y estuvo quince minutos, sacó dos hermosos pescados y se fue a su casa para comerlos con su esposa. Para sentirnos más humillados, recibimos la carnada que nos regaló y que había obtenido en la orillita, con suma facilidad. Eran pescaditos que a los que nosotros pretendíamos atrapar, les encantaban. Como nosotros habíamos estado tirando la línea directamente al canal por donde pasan los barcos de gran calado, habíamos roto todas las que habíamos llevado, menos una.

Extenuados y un poco mareados por el vino, nos quedamos dormidos en el modestísimo muelle para pescar que había en el lugar y que van a poder ver en las fotografías. Consecuencia: quemadura solar de segundo grado y picaduras de mosquitos por doquier.

No sé si transmito con claridad que no me estoy quejando por lo que vivimos. Volvería a vivir la situación tal como se dio. Se darán cuenta de que fue una experiencia inolvidable, de la que aún hoy nos reímos con mi amigo, cada vez que la recordamos.

Realmente, volvimos felices. Puede resultar inexplicable que dos personas se sientan felices después de tantas desventuras, pero ¿quién nos quita lo bailado?


Plantas acuáticas en la orilla del Brazo Largo del río Paraná, después de haber pasado el puente Zárate-Brazo Largo.





Plantas acuáticas y algas, en el Brazo Largo del Paraná.





Aquí se puede observar el muelle donde hace cuarenta años intentamos vivir de la pesca. Hoy, hay en el lugar un camping bastante modesto pero agradable por el paisaje. Árboles, vegetación, río, cielo diáfano, sol en exceso. No se puede ser tan desagradecido como para menospreciar el lugar por la falta de lujo que hay.





Sauces llorones y río. Bellezas que, gratuitamente, podemos disfrutar tantas veces como queramos. No conozco el nombre científico del sauce llorón, pero obviamente se los denomina llorones porque sus hojas están decaídas, como si estuvieran tristes y lamentándose.





Otra fotografía en la que se ve el río y los sauces llorones. Estos paisajes son un auténtico regalo para los ojos.





Sauces llorones a orillas del río.





Curioso crecimiento de un sauce, cuyo tronco se insertó horizontalmente, en la barranca del río. La fuerza de la vida, a veces nos asombra. Este árbol superó las dificultades para crecer y se transformó en un hermoso árbol probablemente centenario.




Agua, vegetación, belleza natural. ¿Qué más podemos pedir?




Brazo Largo, sauces llorones, plantas acuáticas y asombro.





Brazo Largo y muelle desde donde pretendimos pescar tanto como para llenar el baúl del Renault.




Sauces, vegetación casi selvática, agua. Las palabras se repiten, las imágenes se parecen.




Así de desoladas son las rutas de Ceibas, cuando no hay tránsito de camiones. Esto ocurre los sábados y los domingos, y está destinado a disminuir la cantidad de muertes en las rutas por exceso de vehículos.






Vegetación abundante y ciénaga.




Ciénaga en Ceibas, Entre Ríos




Vaca preñada comiendo, muy tranquila, a la vera del camino.





Hermoso ejemplar de vaca, muy entretenida, alimentándose.



1 comentario:

  1. Te felicito, seguro q debes haberlo disfrutado mucho...
    Gracias por compartirlo con nosotros.

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